lunes, 7 de octubre de 2013

¿Qué queremos?

El domingo a la mañana nos desayunamos con una noticia sorpresiva e inesperada: La presidente Cristina Fernández de Kirchner había sido internada por la aparición de nuevos síntomas producto de un golpe sufrido el 12 de agosto. El diagnóstico, una colección subdural crónica que obligará a la primera mandataria a un reposo de al menos treinta días.
Mucho se ha escrito sobre la crisis institucional que genera la ausencia de alguien que centralizó la totalidad de las decisiones en su persona, del impacto negativo que produce la asunción del vicepresidente Amado Boudou, reprobado por el 60% de la población, y se han tejido no pocas especulaciones sobre el futuro del Gobierno. Todas conclusiones, a mi criterio, prematuras.
Todo parece indicar que el cuadro que sufre CFK es un cuadro habitual, producto del golpe sufrido en su cabeza. El mismo no reviste ninguna gravedad ni permite presumir su ausencia definitiva. Los treinta días de reposo son relativos, en los que se desaconseja que realice actividad física y mental. Ciertamente, es mucho tiempo para alguien que ha concentrado tanto poder en sus manos.
Esta característica es sobre la que quiero detenerme. Como sociedad, hemos perdido el concepto de objetividad, y en gran parte los análisis se tornaron subjetivos. En lugar de debatir ideas, o mensajes, debatimos al mensajero. Siempre esperamos que venga un salvador, alguien que haga todo el trabajo que no nos animamos a hacer nosotros. Así fue como, por ejemplo, futbolísticamente esperábamos las pinceladas de Maradona en su época, o de Messi en la actualidad. Se consideró un héroe a Menem por terminar con una inflación que se había tornado endémica. Y así, en muchos ámbitos, estamos acostumbrados a que alguien siempre haga el trabajo por nosotros. Como sociedad, siento que hemos involucionado, que hemos llevado al terreno de las divisiones irreconciliables un tema tan importante y relevante como la política. Nos hemos vuelto intolerantes con quienes no comparten las mismas ideas que nosotros. Nos hemos acostumbrado a señalar al otro, tanto por sus aciertos como por sus errores. Sería fácil echarle la culpa al Gobierno de esta situación. Pero sería como un “él empezó”. A las provocaciones se las debe encarar con altura, con altruismo, y defendiendo lo que se considera justo. Si queremos que haya tolerancia, fomentémosla, y demos el ejemplo.
Mi opinión sobre la salud de la presidente es que, justamente, no debería ser algo de lo que hable todo el país. Tanto acólitos como detractores incurren en el mismo error: un fanatismo personalista que no es bueno en ningún sentido. Se llega a esta situación por la ya descripta centralización del poder, que no es nueva, desde luego. Pero, por sobre todo, se llegó a esta situación por nuestra desidia. Porque no defendimos nuestras instituciones. Porque aceptamos que haya obsecuentes que esperen la directiva presidencial para actuar. Porque aceptamos que se apriete y se persiga a jueces y a periodistas. En definitiva, llegamos a esta situación porque siempre esperamos a que “lo haga otro”. No nos comprometimos con el país que queremos, ni con el que esperamos. Caímos en el facilismo de señalar con el dedo. Los políticos vinieron de esta sociedad, no nos olvidemos. Hoy, más que nunca, necesitamos autocrítica.