martes, 10 de mayo de 2016

Hacia dónde vamos

Hoy se cumplen 5 meses desde que Mauricio Macri asumió la presidencia de la Nación. Aunque a muchos les parezca que ya es mucho tiempo, considero que aún es un período muy prematuro para sacar conclusiones sobre las direcciones que tomará el gobierno que fue elegido por aproximadamente trece millones de habitantes el 22 de noviembre pasado. Es muy probable que la corrección de la pesada herencia exceda a este período constitucional. De todos modos, se ha logrado cerrar una negociación ardua con los holdouts, negociación exitosa tomando en cuenta que se negoció con una sentencia en contra sobre la mesa. Resultó polémica la quita de retenciones a las mineras: si bien se requería dar señales “market-friendly”, también considero de importancia la defensa de nuestro suelo y que se pague por su uso. También considero peligroso el método de evitar el desbande inflacionario vía LEBACs, situación que nos puede traer inconvenientes en el largo plazo. La salida del cepo cambiario terminó siendo un logro positivo, si bien se intentaron demonizar efectos que fueron menores a los de la devaluación kirchnerista de enero de 2014. Sobre esto me referiré en el próximo párrafo. Como conclusión en esta materia debo decir que probablemente estos pocos meses que quedan del primer semestre sean los últimos de “lo peor”, y que, si bien los guarismos del segundo no serán extraordinarios, se empezará a vislumbrar una leve mejoría. En algunos aspectos se hizo lo que se tenía que hacer, en otros, la situación heredada fue un pernicioso condicionante.

Hecha mi crítica en materia económica, y tomando en cuenta que esperaba más de este aspecto que del político, prosigo a resaltar el por qué de estas líneas. Las críticas que yo le pueda hacer al gobierno de Macri son las mismas a las que él se refirió el día de su asunción: señalarle sus errores en pos de un diálogo superador y conciliador, porque al país ideal lo construimos entre todos. Pretender que este gobierno arregle en pocos meses un problema estructural que viene desde hace setenta años es, cuanto menos, utópico. Y digo setenta años porque, claramente, el paradigma político que predomina en este país es el peronista. Juan Domingo Perón era un líder populista que se inspiró en Mussolini y en Hitler para crear un sistema en el que su partido fuera el único que pudiera gobernar con tranquilidad el país y, de ese modo, perpetuarse en el poder. Muchas estructuras nacionales simpatizan ideológicamente con esta doctrina, y erradicarla, o lograr que conviva con otras alternativas democráticas, es algo que sin duda excederá a este gobierno. Justamente, porque no debe importar que el presidente se llame Macri o se llame Kirchner. Construimos un modelo en el que asemejamos un presidente a un todopoderoso, a alguien que debía darnos el pescado y no la caña y enseñarnos a pescar.


Este esquema populista y totalitario es el que, con nuestro voto el 22 de noviembre, decidimos que debe cambiar. Al peronismo no se lo debe atacar por su ideología, sino por sus prácticas populistas y totalitarias. Debemos terminar con ese concepto de que no ser peronista es ser “gorila” o “antipueblo”, porque esa es una de las prácticas populistas que más devastó a nuestra sociedad. Es una mancha en nuestra historia que hace casi noventa años que un presidente no peronista no termina su mandato (El último fue Marcelo Torcuato de Alvear en 1928). Por eso, me parece perfecto que se le critique a Macri y se le señalen sus errores, pero no se debe entrar en el juego de un sector fanático nostálgico (cada vez menor) que pretende ver a Macri yéndose en helicóptero para de esa manera tomar el poder para siempre. Aprendamos, de una vez por todas.