En
esta ocasión, hablaré sobre la estabilidad cambiaria, tema en boga en esta
semana por la disparada que sufrió el dólar paralelo, llegando a superar los
$12 y volviendo a instalar esta variable como termómetro del mercado ante la
incertidumbre del futuro. Ciertamente, creíamos que con el ingreso fuerte de
dólares de la cosecha de soja, la tranquilidad cambiaria podría mantenerse
hasta mediados de julio o principios de agosto. Pero nuevamente, y
probablemente en el momento menos indicado, surgieron conflictos sobre una
dicotomía que es difícil de resolver para cualquier gobierno, pero si hablamos
de uno que está en retirada y pretende llegar al final de su mandato sin
mayores sobresaltos, termina convirtiéndose en una pregunta sin respuesta.
Ciertamente,
la tranquilidad cambiaria fue aportada, como dijimos anteriormente, por la
devaluación del tipo de cambio efectuada a fines de enero, sumado a otras
medidas como el aumento de las tasas de interés para depósitos en pesos y la
regulación de la posición en moneda extranjera de bancos y entidades
financieras. Estas medidas consiguieron que el dólar paralelo (ilegal, pero es
el dólar al que tiene acceso el público) se desplomara y pasara a valer de $13
a superar apenas los $10, como consecuencia de un desaliento a la demanda de la
divisa. El efecto negativo es pernicioso para cualquier gobierno populista, y
en particular para uno que sostenía orgulloso estas banderas: cayeron, además
de la cotización del paralelo, el consumo y el empleo. Uno de los sectores que
encabezaron el crecimiento, como el automotriz, sufrieron caídas de hasta 40%
en las ventas, iniciando una feroz ola de suspensiones y despidos.
Como
consecuencia de ello, está claro que se quiere evitar pagar el costo político que
implicaría una recesión, que considerando que además la inflación sigue alta,
podría llevar a un terreno estanflacionario, el peor que puede atravesar una
economía, en la que se produce poco y se consume cada vez menos. Esta
incertidumbre es la que aceleró los tiempos y volvió a instalar un escenario de
inestabilidad, que podría agudizarse el segundo trimestre. Todo conduce a que
se impuso la postura del ministro Axel
Kicillof, con lo cual el desorden fiscal se seguirá financiando con desorden
monetario, generando desequilibrios macroeconómicos profundos y que, más
temprano que tarde, llevarán a realizar ajustes salvajes como los que ya vimos
que se aplicaron sobre los subsidios al gas y al agua. El paro de colectivos
que se realizará mañana meterá presión sobre el todavía alto subsidio que
reciben las empresas de transporte para abaratar costos, y empieza a hacer
notar los efectos de varios años consecutivos con niveles de inflación
superiores al 20%, siendo estos últimos años de caída de salarios en términos
reales.
Como
conclusión, la estimación lleva a que, a fin de año, el dólar oficial girará en
torno a los $10, considerando el regreso a las minidevaluaciones y el empuje
inflacionario, además de la ya probada insuficiencia de los sojadólares, cuyo
alivio es cada vez menor, generando más desesperación en el Gobierno. A raíz de
ello, y manteniendo la brecha actual, el paralelo debería rondar los $14, pero
para ello debería darse un contexto en el que, por ejemplo, la ANSES no
intervenga sobre el contado con liquidación a través de la venta de bonos
dolarizados, o se mantengan relativamente altas las tasas de interés, algo que
a todas luces parece improbable. Estamos ante una incertidumbre propia de un
fin de ciclo, que puede traer serias consecuencias a futuro.