Se
torna dificultoso analizar cuál será el derrotero político y económico que
atravesará este Gobierno, que ya lleva más de diez años en el poder y
desperdició una posibilidad inédita de recuperación y afianzamiento económico
de una nación que supo ser próspera y sin embargo, ha caído en picada en los
últimos 50 años. Hoy por hoy, suena irrelevante analizar si la debacle se
inició con Perón, con Onganía o con Videla. Lo relevante es que las
consecuencias de esta debacle son las que nos impidieron levantar cabeza luego
de la constante caída a la que nos fueron sometiendo los sucesivos gobiernos.
Poco a poco, hemos convalidado y nos hemos acostumbrado a situaciones que en
cualquier otra parte del mundo hubieran sido altamente repudiables o hubieran
escandalizado al entorno en el que ocurrieran. Pero aquí, lo anormal e
insólito, pasó a formar parte de una habitualidad alarmante.
Analizaré
algunas cuestiones en particular. El viaje de Axel Kicillof a negociar con el
Club de París es una cortina de humo, y a su vez el reconocimiento de una
derrota, la derrota de la soberbia de pensar que podíamos “vivir con lo nuestro”.
En un contexto en el que el dólar paralelo inició una carrera alocada y las
reservas siguen sin encontrar su piso, la necesidad de financiamiento externo
se hace evidente. La cuestión fundamental es que las armas con las que cuenta
el Gobierno son cada vez menos, y por lo que ha trascendido, los pedidos del
Club de París lejos están de ser satisfechos por la propuesta que llevó el
ministro de Economía.
También
hago hincapié en la aceleración de la inflación, que continúa erosionando el
poder adquisitivo de los que menos tienen, lo que sin duda constituye una
contradicción típica de este Gobierno. Se ha erosionado el 20% de las
jubilaciones y de los planes sociales, la bandera principal que suele
levantarse. El debate principal radica en quién pagará los platos rotos de
bajar un gasto público que ha crecido incesantemente, y cuyo déficit cada vez
mayor requiere de una mayor emisión y una mayor presión fiscal que ya vimos en
los globos de ensayo que representaron el aumento en el impuesto a los bienes
personales y veremos pronto en los aumentos en las cargas que deberán afrontar
tanto empleados como autónomos.
La
temática que aparece como una amenaza que recrudecerá la relación conflictiva
entre gobierno y sindicatos serán las siempre controvertidas paritarias. No hay
que indagar mucho para apreciar que incluso los sindicatos oficialistas están
analizando pedir un 30% que pueda ser revisado al menos una vez al año.
Pretender abandonar el tipo de cambio como ancla anti-inflacionaria para que
ésta pasen a ser los salarios, no parece ser una buena salida para quienes
siempre se han jactado de la inclusión social y de mejorar la calidad de vida
del pueblo. Se esperan arduas negociaciones con un desenlace tan imprevisible
como lo será el índice de inflación, cuyo guarismo difícilmente baje de 30%.
Se vendrán tiempos
complicados, en los que habrá que tomar decisiones en la mayoría de los casos
impopulares. La novedad es que la imagen presidencial ya está tocando los
niveles que se registraron durante el conflicto con el campo de 2008, que
fueron los más bajos. Ahora hay menos margen de maniobra.