Ya faltan
menos de dos semanas para que celebren las elecciones Primarias Abiertas
Simultáneas y Obligatorias (P.A.S.O.). Son elecciones que tienen el condimento
en particular de que, por primera vez en 12 años, asumirá la presidencia
alguien que no lleve el apellido Kirchner. En este contexto, la incertidumbre
reinante es mucha. Hasta la irrupción de Carlos Zannini como compañero de fórmula
de Daniel Scioli, los mercados daban por descontada la posibilidad de un cambio
y el debate se centraba en si dicho cambio debía ser inmediato o gradual. Luego
de que se conociera que el actual secretario Legal y Técnico de la Presidencia
sería el candidato a vicepresidente, la posibilidad de la continuidad del
esquema de poder actual aterra a todo el entorno político, social y económico.
Ese nombramiento, más las candidaturas legislativas de muchos miembros de La
Cámpora, demostraron que el Gobierno actual no está dispuesto a entregar el poder.
Queda por analizar cuál será el comportamiento del PJ, siempre afecto a
acompañar al ganador. ¿Le soltarán la mano a CFK como se la soltaron a Menem?,
¿Seguirán respetando este esquema de poder pensando en su regreso en 2019? Los
antecedentes inclinarían la balanza a favor de la respuesta afirmativa a la
primera pregunta, pero en un país en el cual hablar de un largo plazo puede ser
el mes que viene, es precipitado aventurarse.
Lo cierto es
que quien asuma la presidencia el 10 de diciembre deberá enfrentar no pocos
desequilibrios económicos graves que dejan 12 años de kirchnerismo. El
escenario estanflacionario es el más alarmante, con una economía que lleva unos
cuantos años estancada e índices de inflación que están entre los más altos del
mundo. La caída del nivel de reservas (sólo U$S 20 mil de los 34 mil millones
son reales) y la situación desesperante en la que se encuentran las economías
regionales complementan el combo de situaciones que requerirán de una política
económica que empiece por restaurar la confianza y mostrar credibilidad y
sensatez, sin la improvisación y el excesivo cortoplacismo típico de todo
gobierno populista. Llevará tiempo modificar una estructura que, si bien tiene
aristas rescatables, ha sido diseñada para mantener votos cautivos. El cambio
que debemos realizar es el de dejar de pensar en las próximas elecciones para
pensar en las próximas generaciones. El pensar en qué país queremos para
nuestros hijos y nuestros nietos. A esta situación se llegó por desidia y por
falta de compromiso. El ventajismo y el oportunismo siempre nos caracterizaron,
y muestran hoy el mayor síntoma de lo enferma que está nuestra sociedad. La
famosa grieta que separó a familiares y a amigos y que enfrenta a unos
argentinos con otros no son sólo culpa de este Gobierno. Somos un país que
siempre estuvo marcado por antinomias, por enfrentamientos, y eso es lo que los
Kirchner explotaron al máximo para construir su esquema de poder.
Por último,
recordemos que las grandes crisis y catástrofes no se predicen en el momento
exacto en el que ocurren. Ya una economía en la que hay más restricciones para
la compra de dólares que para la compra de droga es una pésima señal. Que nos
acostumbremos al 30% de inflación anual y a la manipulación estadística, es
igual de grave. La palabra ajuste asusta, pero lamentablemente, en algunas
ocasiones para avanzar dos pasos debemos retroceder uno. Es muy precipitado
decir que se viene otro 2001. La realidad está lejos de ese escenario, sobre
todo analizando que aquélla fue una crisis del sistema financiero. La
diferencia es que la crisis ahora no es sólo económica. Es política y social
también. El primer paso para avanzar es desterrar el “todo vale” que parece
haberse instalado. Debemos tener reglas de juego claras y respetarlas. Y eso,
aunque nos cueste aceptarlo, llevará tiempo.
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