Buenos días a
todos. En mi entrega anterior, “Turbulencia”, daba cuenta de un panorama oscuro
y desolador que nos deparaba un mes de diciembre en el que se están acentuando
muchas de las problemáticas que ya venían asomando desde la instauración de
restricciones al sector exportador y al mercado cambiario. En este caso, quiero
analizar los sucesos ocurridos en los últimos días no ya desde una perspectiva
económica ni política, sino desde una perspectiva social, más humana, desde lo
que siempre deseamos ser como individuos primero para llevarlo luego a la
sociedad en conjunto.
Desde el
vamos, si ante estos hechos, lo primero que hacemos es levantar el dedo
acusador desligándonos de responsabilidades, debemos resignarnos a que hechos
de estas magnitudes ocurran en intervalos relativamente constantes de tiempo,
como en este caso parece ser el de doce años. En ese sentido, algunas preguntas
son: ¿Qué se puede hacer?, ¿A qué objetivo debemos dirigir nuestras energías?
El análisis debe ser profundo y reflexionar sobre qué es lo que queremos como
sociedad, dar el ejemplo y tener paciencia y fe. Debemos enterrar el concepto
de “viveza criolla”, el miedo a no tener razón, al error, y ante todo, defender
los ideales de quienes construyeron esta patria allá por el lejano siglo XIX.
Es evidente
que se cortó la cadena, el nexo que unía a la sociedad con sus representantes
que son votados y conferidos a una función pública. Vimos cómo en los últimos
20 años, siempre gobernaron los mismos, ya sea al calor del neoliberalismo de
los ’90 o del estatismo de esta última década. No importan las ideologías, ni
la gente. La política dejó de ser una función pública al servicio de la
sociedad para pasar a convertirse en negocio de unos pocos. ¿Qué
responsabilidad tenemos en esto? Mucha. Nos sumimos en un estado de indefensión
el cual será difícil salir ordenadamente y sin lamentar víctimas. La desidia,
la comodidad, el esperar que siempre otro haga lo que debemos hacer nosotros,
la decadencia moral, el bajo nivel educativo, el conformarse con cada vez
menos, son síntomas que en muchos casos nos negamos a reconocer. Estos 30 años
de democracia a punto de cumplirse demuestran que aún falta mucho camino por
recorrer. El gobierno de Carlos Menem inició una ingeniería populista compleja
y lamentable, mancillando y limitando los deseos y ambiciones de gran parte de
la sociedad. Se niveló a todos hacia abajo y se les empezó a dar el pescado en
vez de la caña de pescar e instrucciones precisas. Se estimuló la violencia y
la imposición de la fuerza por sobre la razón. Dejamos de debatir mensajes y
empezamos a debatir mensajeros, ¿Saben lo que significa eso? Sí, descendimos un
escalón, ya no hablamos de lo que queremos como país, sino de quién es bueno o
malo. Se pretende construir un monopolio de la verdad y en ese sentido
estigmatizar a quienes no comulguen con ella. ¿Por qué lo permitimos? ¿Miedo?
¿Comodidad? Sea cual fuere el motivo, toleramos veinte años de una clase
política con ínfulas elitistas y ambiciones de poder perpetuo, donde todos
pelean más por su porción de la torta que por el interés general que los
depositó en esos cargos. El reflejo es más que evidente: instituciones públicas
saqueadas y devastadas, mientras los políticos se enriquecen y llevan una vida
de lujo a costa nuestra, y para colmo pretenden estigmatizarnos y echarnos la
culpa. El compromiso, desde nuestro lugar, es más que evidente: una rebelión,
pero bien entendida. Nuestra voz puede, y debe ser escuchada.
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