lunes, 9 de diciembre de 2013

Tocando fondo

Buenos días a todos. En mi entrega anterior, “Turbulencia”, daba cuenta de un panorama oscuro y desolador que nos deparaba un mes de diciembre en el que se están acentuando muchas de las problemáticas que ya venían asomando desde la instauración de restricciones al sector exportador y al mercado cambiario. En este caso, quiero analizar los sucesos ocurridos en los últimos días no ya desde una perspectiva económica ni política, sino desde una perspectiva social, más humana, desde lo que siempre deseamos ser como individuos primero para llevarlo luego a la sociedad en conjunto.
Desde el vamos, si ante estos hechos, lo primero que hacemos es levantar el dedo acusador desligándonos de responsabilidades, debemos resignarnos a que hechos de estas magnitudes ocurran en intervalos relativamente constantes de tiempo, como en este caso parece ser el de doce años. En ese sentido, algunas preguntas son: ¿Qué se puede hacer?, ¿A qué objetivo debemos dirigir nuestras energías? El análisis debe ser profundo y reflexionar sobre qué es lo que queremos como sociedad, dar el ejemplo y tener paciencia y fe. Debemos enterrar el concepto de “viveza criolla”, el miedo a no tener razón, al error, y ante todo, defender los ideales de quienes construyeron esta patria allá por el lejano siglo XIX.

Es evidente que se cortó la cadena, el nexo que unía a la sociedad con sus representantes que son votados y conferidos a una función pública. Vimos cómo en los últimos 20 años, siempre gobernaron los mismos, ya sea al calor del neoliberalismo de los ’90 o del estatismo de esta última década. No importan las ideologías, ni la gente. La política dejó de ser una función pública al servicio de la sociedad para pasar a convertirse en negocio de unos pocos. ¿Qué responsabilidad tenemos en esto? Mucha. Nos sumimos en un estado de indefensión el cual será difícil salir ordenadamente y sin lamentar víctimas. La desidia, la comodidad, el esperar que siempre otro haga lo que debemos hacer nosotros, la decadencia moral, el bajo nivel educativo, el conformarse con cada vez menos, son síntomas que en muchos casos nos negamos a reconocer. Estos 30 años de democracia a punto de cumplirse demuestran que aún falta mucho camino por recorrer. El gobierno de Carlos Menem inició una ingeniería populista compleja y lamentable, mancillando y limitando los deseos y ambiciones de gran parte de la sociedad. Se niveló a todos hacia abajo y se les empezó a dar el pescado en vez de la caña de pescar e instrucciones precisas. Se estimuló la violencia y la imposición de la fuerza por sobre la razón. Dejamos de debatir mensajes y empezamos a debatir mensajeros, ¿Saben lo que significa eso? Sí, descendimos un escalón, ya no hablamos de lo que queremos como país, sino de quién es bueno o malo. Se pretende construir un monopolio de la verdad y en ese sentido estigmatizar a quienes no comulguen con ella. ¿Por qué lo permitimos? ¿Miedo? ¿Comodidad? Sea cual fuere el motivo, toleramos veinte años de una clase política con ínfulas elitistas y ambiciones de poder perpetuo, donde todos pelean más por su porción de la torta que por el interés general que los depositó en esos cargos. El reflejo es más que evidente: instituciones públicas saqueadas y devastadas, mientras los políticos se enriquecen y llevan una vida de lujo a costa nuestra, y para colmo pretenden estigmatizarnos y echarnos la culpa. El compromiso, desde nuestro lugar, es más que evidente: una rebelión, pero bien entendida. Nuestra voz puede, y debe ser escuchada.

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