Así
como la semana pasada escribí sobre inseguridad, esta semana hablaré sobre una
causa que está en boca de todos en este último tiempo: la violencia de género.
Mucho se ha escrito sobre la creciente y preocupante ola de femicidios que se
produjo en este último período. Es un fenómeno cada vez preocupante, y no se da
sólo en Argentina, sino en todo el mundo. La justicia incorporó la figura penal
del femicidio, otorgándole penas mucho más graves que las del homicidio simple.
Considero, sin embargo, que sigue siendo deficiente el control que se ejerce
con respecto a las restricciones de acercamiento, las cuales siguen siendo
violadas en 8 de cada 10 casos. La orden de restricción sigue siendo una
herramienta para “sacarse el problema de encima”, y es ese el reclamo
justificado que se le hace a la justicia, que debe involucrarse y brindar
soluciones integrales. El botón antipánico resultó ineficiente, dado la
dificultad que tenían las víctimas para activarlo ante la inmediatez y la
velocidad de la amenaza del agresor. El método uruguayo, donde se le pone una
pulsera al denunciado y se activa una alarma si viola la orden de acercamiento
a la víctima, parece ser hoy lo más cercano al éxito en la materia.
A
pesar de todos estos avances descriptos, la situación sigue cada vez
empeorándose más. Ciertamente, la dificultad principal radica en determinar el
momento en el que la violencia comienza. Entiéndase como violencia no a la
física en sí, si no al momento en el cual el victimario empieza a atacar a la
autoestima de su víctima, pretendiendo convertirla en un objeto de su
propiedad. Es desde ese momento donde el agresor desarrolla la actitud
posesiva, el “mía o de nadie” que es, en muchos casos, el móvil que lleva a los
violentos a cometer las fatalidades que venimos observando. Una vez que se
logra “bajarle las defensas” a la víctima, el agresor la somete, impidiendo
cualquier intento de ella por terminar la relación o pedir ayuda. El agresor no
soporta que su víctima intente rehacer su vida sin él, o intente obtener su independencia,
y esa desesperación lo lleva a obsesionarse, a decir “mía o de nadie”.
En
mi opinión, la solución al problema es atacar este móvil. Lamentablemente, las
redes sociales han potenciado esta conflictividad, debido a que el agresor
tiene más acceso a contactos y a información que antes era difícil de obtener.
En los casos en los que la relación efectivamente se termina, se encuentran
constantemente con información suministrada indirectamente por alguien del
entorno que tenían en común, lo cual alimenta el resentimiento, despierta el “no
vas a estar con otro que no sea yo”. Ciertamente, cualquier regulación que se
quiera imponer a las redes sociales será mal vista, pero aconsejo el monitoreo
a las redes sociales, ya que saber a qué información pueden acceder los
agresores puede servir también para prevenir.
Finalmente,
no hay que pasar de un extremo al otro. No siempre es el hombre el malo y la
mujer la buena, como pretenden instalar ciertos sectores radicalizados. Hay que
estar atentos para que esta causa no sea aprovechada por oportunistas con malas
intenciones, que es lo que se está viendo desde algunos sectores políticos y
desde algunas mujeres que hacen denuncias falsas con la sola intención de hacer
daño. Tengamos en cuenta que, cuando se termina una relación, siempre le cuesta
más al hombre que a la mujer recuperarse, y en la mayoría de los casos la mujer
tarda menos en formar una nueva pareja. Hay que observar también atentamente
este fenómeno como forma de prevenir.
Para
cerrar esta nota, resumo: justicia, sí; venganza, no. Cuando se pasa de la sed
de justicia a la sed de venganza, los desenlaces suelen ser impredecibles.
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